Existe actualmente un pueblo a las afueras de la provincia de Teruel llamado Rascanter. En esta aldea vivían hace muchos años una serie de personas, unas muy distintas a otras.
Las primeras eran muy honradas y trabajadoras, mientras que las segundas no sabían comportarse en ocasiones concretas, si asistían a una reunión formal, siempre había que mandarlas a callar, si estaban en casa, no fallaba un día en el que no se pelearan, y si sus hijos tenían cualquier problema en el colegio, no dudaban en asistir al centro escolar a tener una pequeña "charlita" con el profesor.
Entre estas personas, que en su mayor parte vivían en una misma barriada, había continuos altercados. Tenían un alcalde propio o un jefe mejor dicho, el hombre más respetado del barrio, el llamado "Olivillo". Olivillo era una persona alta, de aproximadamente un metro noventa de estatura, con los ojos azules, rubio y muy musculoso, es decir, el prototipo ideal para una mujer de esta época. Tenía un gesto muy serio y observador que siempre buscaba el momento más inoportuno para llamar la atención. Era muy astuto y sabía siempre cuando tenía que hacer cada cosa. Mientras él llamaba la atención con su larga cabellera rubia y su bonito cuerpo, sus aliados estaban consiguiendo muchos bienes materiales. Principalmente robaban para hacerse ricos. Su banda, por llamarla de alguna forma, estaba compuesta por quince miembros en un principio, en su mayoría inmigrantes que se intentaban ganar la vida de cualquier manera. Estos individuos eran principalmente rumanos y turcos que habían huido de su país buscados por la policía. Tenían más o menos un metro ochenta de estatura y, al igual que su jefe, también tenían muchos músculos, no solo de ir al gimnasio, sino de otras muchas cosas más.
Los chicos de Olivillo habían estado todos en la cárcel, así como su jefe. Allí habían aprendido bastante de lo que desgraciadamente era su oficio, el vandalismo. En su país los acusaron a todos por robo y, posteriormente, por resistencia a la autoridad. Se llevaron en la cárcel cinco años, en los que no aprendieron a convivir con nadie. Tan solo iban al gimnasio y salían al patio de la prisión, pero eso sí, siempre juntos.
Tras su salida, después de esos cinco años, escaparon de su país para no ser detenidos más veces allí, ya que por reincidencia en un mismo país, podrían caerle más años de prisión. Cuando llegaron a Rascanter, Olivillo que era muy observador, se fijó en esa pandilla de desarrapados, y de momento los contrató, aunque con un sueldo bajo pero suficiente para sacar a sus familias adelante. Justo en ese momento, el pueblo estaba bastante diferenciado en dos partes, por un lado Olivillo y su banda, y por otro lado, el resto de los habitantes de Rascanter, unos 3000.
Rascanter era un pueblo muy pequeño situado al norte de Teruel, con unos habitantes muy acogedores, pero eso se fue desvaneciendo cuando poco a poco la mafia de Olivillo se iba haciendo cada vez más grande. Los ciudadanos vivían con mucha inquietud, tenían miedo y deseaban tener algún dinero ahorrado para salir lo antes posible de ese espantoso lugar en que se había convertido Rascanter. La gente no se atrevía a salir a la calle, ya que a todas horas, todos los días estaba vigilada por la banda de Olivillo que ya había alcanzado los doscientos componentes. Esta situación empezaba a empeorar cada vez más: el alcalde estaba siendo sobornado por el jefe del clan, la policía no se dejaba ver por las calles del pueblo y los delincuentes estaban cada vez más asentados, sin nadie que les impidiera ejercer ese comportamiento tan desalmado, cruel e inhumano.
La banda intentaba no hacer daño a nadie, pero si cualquiera se oponía a sus movimientos y mostraba resistencia, no dudaban en matarlo con sus enormes fusiles y ametralladoras.
El mes pasado, sin ir más lejos, atacaron la única fábrica que hay en el pueblo, la fábrica de automóviles, que está a cargo de Jaime y Paquita, un matrimonio del pueblo muy querido aquí. La fábrica quedó hecha un desastre, y Jaime y Paquita...